Sólo un Instante...

Fernando Peña, Crítica de la Argentina, Instantánea con celular

Hay ya poco tiempo para todo, pero no entiendo por qué. El tiempo es el mismo y las actividades, con internet, Pago Fácil, teléfonos móviles, motos de cadetería y trámites que se pueden solucionar a través de una voz automatizada apretando los números correspondientes, toman menos tiempo que antes. Pero por alguna extraña razón el tiempo se achicó, se encogió. Todo el mundo hace todo volando. Comen volando, caminan volando, hablan volando y hasta hay quienes ven películas en fast forward. Sí, créanme. Escucho mucho a la gente, trabajo de eso y a veces hasta cuando estoy solo en bares o confiterías, escribiendo esto por ejemplo, recojo conversaciones ajenas y una de las cosas que escuché un día fue lo de ver películas en fast forward o velocidad rápida, como quieran llamarlo. Ya no hay tiempo para que el petit comité que se reunía a tomar un vermú los sábados a las 12 del mediodía en la casa de tal se siga reuniendo. Tampoco hay tiempo para las señoras que religiosamente todos los miércoles y viernes jugaban a la canasta. Eran ocho los amigos que, pasara lo que pasase, se juntaban para comer todos los lunes a la noche después de nadar en el club. Eran tres las viejitas que todos los sábados iban al cine, a la función de las dos de la tarde, y después se tomaban un súper té en la Richmond de Florida o en el Cervatillo de Arenales. Era costumbre para aquel grupo de oficinistas desayunar en el Adonis I antes de marcar tarjeta a las nueve.Ahora todo el mundo llega con las justas y apenitas y los tiempos de ocio son escasísimos. Ya no pasa más que cuatro familias numerosas junten los autos y se vayan dos meses de vacaciones a algún lugar de playa. También es rarísimo que un grupo de amigos se junte para remontar barriletes o lo que fuere. Fui a lo de mi tía Helene hace unas semanas, ella tiene casi ochenta años y su casa quedó como estaba. No le faltan ni ganas ni tiempo de plantar un malvón o de invitar gente a comer, pero la respuesta siempre es: “Y ya no… antes sí”.Esto me venía dando vueltas en la cabeza desde hace unos días cuando me encontré con un amigo que hacía mucho que no veía. Recorrimos la rutina de siempre: “buenoquelindoverteaversinosllamamosmasseguidoynosvemosparatomaruncafeocomerllamameotellamoyoperonosvemoseeehhhhh… chauchau”. Yo sabía y él sabía que ese saludo largo y al pedo quiere decir que será hasta la próxima vez en la que nos encontremos por casualidad después de mucho de no vernos, y nos diremos lo mismo para despedirnos.¿Es que no nos queremos ver? No creo. Creo que es que vernos como corresponde y como quisiéramos insume mucho tiempo, hay que averiguar cómo está la vida del otro, qué está sintiendo el otro, qué proyectos tiene y cómo lo podemos acompañar. Y estamos muy cansados. El trajín, la suba de los precios, el colegio de los chicos, los sueldos congelados y la suba de las góndolas y ahora encima las cenizas, el humo y la neblina: ¡ya no hay tiempo!.Terminé de hacer una nota para una revista local ayer viernes en el microcentro, eran las tres y media de la tarde y decidí caminar. Caminé mirando para arriba por la calle San Martín y noté la diferencia que hay entre un balcón y el otro de un mismo edificio. Por ejemplo, en el balcón del tercer piso había macetas, mueblecitos de jardín amorosos, toldos con colores vivos y un equipo de aire acondicionado split. En el del cuarto piso, el balcón parecía Irak, la nada misma, la reja oxidada, las persianas a medio levantar y el mismo split, y pensé que se debería tratar de gente que se hace el tiempo y gente que no.Esto de hacerse el tiempo para las cosas no es una teoría, es una práctica, reitero, el tiempo es el mismo. ¿No será que los recursos y la modernidad que ha sido creada para hacernos ahorrar tiempo nos está crispando los nervios? Entonces el poco tiempo que tenemos libre lo usamos para estar solos, en silencio, no queremos ni mirar, ni hablar, ni conectar.Me entristece mucho hablar con gente a la cual no veo hace mucho tiempo, ya sean amigos, vecinos o parientes, y ver que ya no se ven con nadie, ni salen a comer, ni reciben gente en su casa. Las vajillas juntan polvo en las alacenas, las copas finas ni se tocan y la sala no se pisa. La carpa, la heladerita y la sombrilla que salían todos los domingos de ronda están arrumbadas en el garaje. No se sabe dónde están los juegos de mesa, es mucho trabajo ir a buscarlos y si los encontramos al estanciero le falta un dado o al scrabble, las letras. ¿Cómo se anotaba en la generala? ¿Jugamos a dígalo con mímica? No, es tarde, mañana madrugamos. La próxima te prometo que nos quedamos. ¿Por qué no se quedan todos a dormir y alquilamos dos de miedo? Eso también es una locura hoy en día, antes no.La última Navidad la pasé en casa de una familia amiga y éramos nueve. Número extrañísimo para una Navidad, decime cuatro y la paso mejor, ¡pero nueve! ¿Quién se murió o quién no vino?, ¿quién se peleó para siempre y con quien?, ¿quiénes son los que se fueron a vivir afuera?, y no me refiero al jardín sino a otro país. Nadie. Ninguno. Cuando pregunté por qué éramos nueve, la razón fue que Fulano no tenía ganas porque le pega mal, Zutana iba a otro lado y Perengano… no sabemos nada de él. Después de hacer esa pregunta incómoda, de por qué éramos nueve, enmudecí. Permanecí mudo después de la respuesta y seguí mudísimo hasta generar una incomodidad insostenible. La dueña de casa percibió mi maldad y se apuró a contestar: “Antes sí, pasábamos unas navidades bárbaras, éramos como 28, a veces 35, 40, nos quedábamos hasta el amanecer, tirábamos cuetes, los chicos jugaban con las estrellitas y Juan Carlos se disfrazaba de Papá Noel, ahora ya somos pocos, el disfraz debe andar por ahí. Pero viste…”.Fíjense y van a ver que cada vez hay menos ánimo de reunirse, ya sea porque el tío cagó al sobrino con plata, ya sea porque no te bancás a la novia de tu amigo, ya sea porque no hay guita o lo que fuere, no nos reunimos, no nos vemos. ¿No es cierto? ¿Ahora que te lo digo lo notás más no? ¿Y por qué es?Días pasados recibí un comentario de un lector. El susodicho me paró en la calle y me dijo que mis escritos en este diario dejaban ver cierta desilusión y desesperanza. No me llamó la atención el comentario ni me sorprendió pero me dejó perplejo y frustrado. Sinceramente a través de estos escritos tengo la ilusión y las ganas infantiles de cambiar algo. Aunque sea que uno de ustedes al terminar de leer esto llame a un grupo de amigos y se junten como antes. Cuidado, mi amigo, si te contagiás de mi entusiasmo y llamás y no pueden y te meten una excusa y te lo patean para otro día y te das cuenta de que no es así, te doy permiso para que cuando te pregunten qué fue del grupo de los sábados, contestes: “Yo llamo pero nadie se engancha”. Si no, seguí diciendo que es porque “antes sí, ahora ya no…”.